viernes, 30 de julio de 2010

Obra en construcción

Yo confieso, que si hay algo en ésta vida para lo que soy un experto, es para dejar proyectos personales a medias.
Generalmente  son novelas que abandono en una cuartilla de un archivo de Word que eventualmente borro, pero hubo un tiempo en el que eran canciones que se quedaban en estribillo, poemas que no pasaban de una rima y muchas ilustraciones que murieron siendo boceto.
Yo culpo a que me autoproclamo un soñador miedoso. Siempre soñando, siempre creando, pero en cuanto le doy cabida a lo “real” de la realidad, pierdo todo empuje y solito me sentencio al “para qué”.

“Filippo e Isabella” es uno de los proyectos que empecé el año pasado y que sufrió el mismo destino que muchos otros intentos de escribir un libro infantil e ilustrarlo: olvidado en un hard drive. Sin embargo, a éste en particular le tengo mucha fé y lo he de terminar algún día.
Se trata de Filippo, un gato negro mimado que lo tiene todo, hasta que un día se vuelve el causante de las alergias del nuevo miembro de la casa y lo echan.
Junto con su mascota, un ratón llamado Sigmund, Filippo tiene que replantearse  su hasta entonces cómoda vida, y aprender a hacer todo por su cuenta, incluyendo encontrar un trabajo.
Tras varios intentos fallidos en empleos más apropiados para humanos, a Filippo le cae el veinte que es un gato, y lo peor de todo: uno de mal agüero. Decepcionado y a punto de rendirse, conoce a Isabella, una joven bruja quien curiosamente necesita de un gato negro para completar su “look profesional”. Filippo acepta el empleo, muy a pesar de sí mismo, y a partir de entonces empieza una compleja relación con su empleadora, y una búsqueda por aceptar su naturaleza  (Tan-tan).
Les dejo una parte de lo que llevo escrito, y un boceto del personaje principal. No sean muy críticos, no soy escritor.

1-    De Filippo...

Filippo era un gato afortunado. Vivía  en el séptimo piso de uno de los edificios más lujosos de la ciudad, donde un portero trajeado recibía  a los inquilinos con elegantes gestos y acento ruso, y los pisos de mármol blanco eran tan relucientes que daba la impresión de caminar sobre espejos.
Desde que tenía  memoria vivía  ahí, despertando todas las mañanas sobre una cama acolchonada, decorada con al menos 8 almohadas rellenas de plumas de ganso holandés y tapado hasta el cuello con sábanas de quinientos hilos.
Su armario, del tamaño de una habitación mediana, rebosaba de ropa minuciosamente separada por estaciones: mamelucos de franela suave y calientita para las noches de invierno,  pantaloncillos cortos de lino para el verano soleado y bufandas de lana peruana para el frío viento de otoño. Sus cajones guardaban decenas de pares de calcetines, algunos de rombos, otros rayados y de lunares. De cachemir, de algodón y seda.
Corbatines estampados y un estante repleto de todo tipo de zapatos boleados hasta el punto de brillar cuando pegaba la luz del sol, completaban el suntuoso vestidor.

No cabía duda que aquél era un gato afortunado, y a falta de un mejor adjetivo, uno peculiar. Aunque de pelaje negro como la noche menos estrellada, y cola larga y tupida, Filippo había  pasado gran parte de su primera vida resistiéndose a aceptar su naturaleza felina. Sus dueños, Él y Ella, le habían dedicado tanto tiempo, cariño y dinero desde que era una bolita de pelos negros y ojazos amarillos, cumpliendo sus caprichos más descabellados y exigentes y peinándole los bigotes con un cepillo de marfil, que el resultado de tanta condescendencia fue el primer gato que no quería ser gato.
Para empezar, amaba el agua como nadie. De ser posible, se bañaba tres veces al día , sumergido en burbujas con aroma a hierbabuena dentro de una enorme tina de cerámica con patas cromadas. Se tallaba su cuerpo con gran deleite, empapando la esponja en forma de oca y enjabonándose hasta el último pelo de sus picudas orejas.
La leche nunca la bebía sola. De ser así, la escupía y sufría de agudas agruras durante 3 días y sus noches. Para evitarlo,  la bebía  chocolatada de lunes a viernes y sabor crema irlandesa los fines de semana.
Pero nadie veía  venir que en su resistencia a lo gatuno, Filippo ordenaría  a sus dueños le compraran un ratón como mascota.
El primero, un ratón moteado y nervioso, había sido víctima  de sus instintos: en un impulsivo retortijón de panza, Filippo se lo había comido de un bocado, en lo que definía como el día  más vergonzoso de su existencia. Aquél día en el que sucumbió a sus deseos más bajos y sació su hambre a costa de un fiel compañero.
El segundo, uno blanco de ojos rojizos, duró únicamente un mes, hasta que decidió probar la galleta  de jengibre envenenada de la vecina.  Pasó una semana para encontrar su cuerpo sin vida junto a la suculenta evidencia. El diagnóstico de Filippo: “empacho por gula”. Lo que nadie nunca supo fue que la decisión había sido premeditada y definitiva, en una especie de escape desesperado de su involuntario encierro.
El tercer ratón, y su actual mascota, era de un humilde color gris, y a diferencia de los dos anteriores, había llegado voluntariamente y sin previo aviso.
Apareció un día en la biblioteca, husmeando entre los libros empolvados por el tiempo y el desinterés, pasando cada hoja con sumo cuidado y leyendo con detenimiento cada párrafo en un estado de concentración y disciplina tal, que le hacían parecer un roedor hipnotizado. Antes de que Ella pudiera matarlo a escobazos, Filippo le ofreció la vacante de mascota y éste accedió con una simple y justa condición: a partir de entonces todos los libros en la biblioteca serían suyos y nada más que suyos.
Filippo no puso resistencia, y al más puro estilo de dos caballeros, estrecharon sus manos para cerrar el trato. El ratón se hacía  llamar Sigmund, a pesar de la insistencia de Filippo en rebautizarlo como Peluso Tercero. Usaba un par de gafas de pasta roja que había encontrado en un basurero de la ciudad, y su afición más grande era la lectura, algo que Filippo no compartía  y criticaba en cada oportunidad: “¿Para qué leer si se puede tomar el sol y beber una piña colada en el balcón?”-decía , convencido de que Sigmund era la mascota más aburrida y rara del mundo. Ante esto, Sigmund solo movía la cabeza de un lado a otro y pensaba a su vez que Filippo era un amo mimado y autocomplaciente.
Para la decepción del excéntrico gato, Sigmund parecía más interesado en devorar cada palabra de cada libro de cada estante de la enorme biblioteca, que saltar sobre la cama o tomarse fotos usando sombreros chistosos. Utilizaba palabras pomposas como “especulaciones” al menos dos veces por oración, lo que a Filippo le provocaba una comezón terrible acompañada de un inevitable bostezo.
Aunque dispares en muchos sentidos, el gato había encontrado en Sigmund y particularmente en sus grandes orejas, alguien que lo escuchara. Últimamente se sentía desatendido por Él y Ella, cuya ausencia en el departamento era cada vez más notoria.


4 comentarios:

  1. Papacito Santo! Piñas coladas, OCHO almohadas de PLUMA DE GANSO HOLANDÉS , gran guardarropa SEPARADA POR ESTACIONES . Filippo es el gato más gay del cosmos.
    Me parece que si publicas una parte del cuento y aparte lo tuiteas, lo justo para tus lectores es que lo termines y lo publiques sino es algo así como prender el boiler y no meterse a bañar.

    ResponderEliminar
  2. jajaja ame al gato con pasion y con locura

    ResponderEliminar
  3. Quien lo diria de donde tomaria una idea y de que tipo de persona.

    ResponderEliminar
  4. Apuesto que Filippo y JFreud eres tu mismo daniel, y esta primera digamos pelea fue la misma que tu has tenido años atras entre tu educacion y lo que eres. por algo tu educacion lleva el nombre de freud, haha me interesa tu blog y lo que haces y esto es una deduccion precipitada al pasar por dos paginas y leer tu perfil

    ResponderEliminar